FERMÍN SANTOS Y SIGÜENZA - 17/08/1974 MARTÍNEZ GÓMEZ-GORDO



No había nacido apenas los jóvenes de la generación actual, cuando Fermín Santos asomó su estampa de banderillero por tierras de Sigüenza de manos de aquel buhonero de artistas, poeta y escritor, Alfredo (para el mundo, Dr. Juderías), que le fue señalando uno a uno todos los rincones de la ciudad medieval y episcopal que andando el tiempo llegó a conocerse mundialmente como la Ciudad del Doncel.

Entre ambos, en armoniosa simbiosis, fueron bautizando a su capricho y sugerencia casa esquinazo, cada portezuela o cada parra de la entonces mal empedrada ciudad, aún con carros de mulas y sin automóviles. Escribió entonces Alfredo su "Elogio y nostalgia de Sigüenza", y se sirvió de los óleos de Fermín para su adorno. Más tarde, Fermín Santos haría al revés, al dibujar las hermosas viñetas solicitadas por Gerardo Relaño para un extenso reportaje seguntino en "España", editado en Milán, para Italia y bajo la firma de Hidalgo Nieto, en donde se recorría la ciudad en manos de Alfredo, con los palillos -su arma de dibujo- de nuestro Fermín.

Años más tarde, aquel Fermín menudo y enjuto, cual el "medio fraile" de San Juan de la Cruz, ceremoniosos y cortés -gesto afable y sencillo-, con una permanente sonrisita en sus labios y quien sabe si un guiño picaresco en sus ojuelos, alargando siempre una mano fina y huesuda, tan perfilada como la del "Caballero de la mano en el pecho" de El Greco, se nos convierte apenas sin sentirlo en don Fermín, por obra y gracia de esa Abeja de Oro, que lleva permanentemente en su solapa, merecido homenaje de la Alcarria, cuando de la mano de José de Juan le fue sacando a los vientos cálidos y sorprendentemente multicolores de la Prensa provincial, y empapándose en su quehacer artístico y creativo le va conociendo, le va amado entrañablemente y le va llevando de la mano hacia el pináculo de la notoriedad y de la fama.

Aquel Fermín de óleo multicolor y desgarrado, con paredones medievales chorreando bermellones y esquinazos duros; de negros inexistentes o de blancos que no tuvieron más realidad que la fiebre calenturienta de su imaginación, va a trocarse en el Fermín actual, suavizado por obra de la creación de sus hijos, Antonio y Raúl, empapados de grises o suaves ocres, que con el trascurrir de los años, de ser sus dos alumnos preferidos pasan a ser, aun sin desearlo, sus dos guías, sus dos críticos, sus dos profesores más estimables.

Y he aquí la sorpresa: en una primera fase, don Fermín suaviza su paleta; Sigüenza en sus pinturas se derrite en mieles, saca sus piedras rojiverdes orteguianas a la luz velazqueña de su cielo de incomparable pureza y surgen cuadros, con un torrente de luz y de alegría, amapolas y mariposas con fondos de torreones; bodegones con fondos de esta ciudad encantada que solo vive para acunar al Doncel, como en un sueño exaltado de poeta enamorado que todo lo confunde con su amada, -desquiciada inquietud amorosa- la calificó José de Juan antes de abandonarnos.

Pero en otra faceta, casi surrealista, que le hace dar riendas suelta, ya con entera libertad artísticas y sobre todo -por qué no- económica, a toda su fantasía de pintor maduro, que rompe con todos los moldes existentes, como en su día hizo un Picasso, e intenta plasmar en el lienzo y en lo que no es el lienzo, todo el mundo de Aquelarre que bulle en su fantástica imaginación creadora, portentosa y volcánica. Dibuja, dibuja y dibuja...con vocación y sabiduría.

Conocemos entonces a un Fermín, perdón, don Fermín, que lleva los lapiceros a manojos, como convertido en un palillero viviente, cuya actividad permanente le lleva a dibujar sin descanso. Si pintó miles de óleos, dibujó millones de apuntes. Dibuja rincones bellísimos de esta tierra incomparable; perfila tipos estrafalarios y por ello más humanos, que nos rodean y apenas sentimos. Sus apuntes, como su retina inquisitiva, no tienen fin; son inagotables; realmente, como su obra, son eternos.



Nota: Artículo publicado por Martínez Gómez-Gordo en el Semanario Pueblo, el 17 de agosto de 1974. Todos los artículos que hemos elegido para la ocasión, se conservan, al igual que cientos de documentos sobre Fermín Santos y sus hijos, en el archivo de la Fundación Martínez Gómez Gordo.